Historia del automóvil en un museo

Historia del automóvil en un museo

La idea de crear un automóvil, un vehículo autopropulsado sin intervención humana o animal, posiblemente surgió poco después de la invención de la rueda. Cuando se incrementaron las visitas de europeos a China, allá por el siglo XVI, observaron que los chinos utilizaban “carruajes de viento” para el transporte, tanto de mercancías como de personas. Pero no era algo nuevo. En el Libro del Maestro del Salón Dorado (mediados del siglo VI), se habla de un carruaje impulsado por el viento que podía transportar 30 personas.

Fueron muchos los intentos que se hicieron a lo largo de los siglos por encontrar un método de propulsión: mástiles y velas, para aprovechar el viento, mecanismos de relojería, motor de vapor, motor eléctrico, motor de gasolina. A mediados del siglo XVIII se desarrolló el primer automóvil con motor de vapor y este método de propulsión se mantuvo durante años. Sin embargo, aunque el sistema era eficaz en barcos y ferrocarriles, en las malas carreteras de la época los automóviles resultaban pesados, lentos y con poco alcance.

A finales del siglo XIX, se realizaron grandes avances en la industria automovilística, gracias al auge de las carreras deportivas. Esa actividad impulsó la creación de diferentes modelos de automóviles, tanto en Europa como en EE.UU.

La aventura del automovilismo

Los primeros automovilistas tenían que hacer frente, no solo a los riesgos propios de la conducción de un vehículo motorizado, sino también a las inclemencias meteorológicas. Los vehículos no ofrecían ninguna protección contra los elementos: carreteras polvorientas en verano y frío, lluvia y nieve en invierno. Por ello, se desarrolló una industria paralela para proveer de prendas de protección a los aguerridos automovilistas: mantas, abrigos, gorras y sombreros, máscaras y guantes. En algunas regiones, se daba el caso de que el automóvil no se utilizara en los momentos de mayor crudeza invernal.

La conducción nocturna tampoco era una actividad que se hiciera con frecuencia. Las carreteras no estaban iluminadas y los faros de los vehículos no ofrecían una iluminación suficientemente buena para garantizar una conducción segura.

A pesar de todos los inconvenientes, el automóvil ofrecía mayor movilidad de la que se disfrutaba hasta entonces. Sin embargo, en sus inicios, el automóvil era fundamentalmente un pasatiempo de las clases más acomodadas, era un producto completamente artesanal y extremadamente caro.

El automóvil se hace popular

Ford T de 1910
1910 Ford-T – Imagen de Harry Shipler (Wikimedia Commons)

Hacer que un automóvil fuera asequible y accesible a un sector de la población más amplio pasaba por reducir los costes de fabricación. Henry Ford fue quien dio un gran paso en ese sentido al aplicar el sistema de la cadena de montaje en su fábrica de Detroit (EE.UU.) para la producción en masa de automóviles. En octubre de 1908 salió al mercado el Ford T, un coche sencillo de conducir, fácil de reparar y muy barato.

Con el inicio de la Primera Guerra Mundial, la industria del automóvil ganó protagonismo al constatar la utilidad de los vehículos motorizados para el transporte de tropas y suministros. Al finalizar el conflicto hubo una gran demanda de vehículos motorizados. Quienes habían conducido o viajado en cualquier tipo de automóvil ya no lo consideraba un artículo exclusivo de un determinado estrato social y querían tener el suyo propio.

National Motor Museum, Beaulieu (Reino Unido)

Los museos son los lugares dedicados a la exposición de colecciones de objetos culturalmente importantes. Y en el caso del automóvil no podía ser de otra manera. Hay un lugar donde realizar un viaje apasionante por la historia del automovilismo y todo lo relacionado con el mundo del motor: el National Motor Museum de Beaulieu.

Para visitar el Museo Nacional del Automóvil, hay que viajar hasta el pueblecito de Beaulieu (los ingleses lo pronuncian ‘biule’ o ‘biuli’), en pleno corazón del New Forest, un Parque Nacional en el sureste de Inglaterra. El museo fue fundado en 1952 por Edward Douglas-Scott-Montagu, el tercer barón Montagu de Beaulieu, en homenaje a su padre, pionero del automovilismo en Inglaterra.

Además de automóviles y motocicletas, el museo alberga una extensa colección de objetos y artículos relacionados con el automovilismo: piezas mecánicas, accesorios, libros, fotografías, carteles, revistas, vídeos,… En la actualidad la colección alcanza la cifra de 1,7 millones de piezas. La exposición abierta al público permite ver cómo han evolucionado los vehículos a motor en poco más de un siglo. Así como las aplicaciones que se les han dado a lo largo de los años, como vehículos comerciales o para el transporte de pasajeros, los diseños que marcaron tendencia y los que fracasaron casi antes de salir al mercado.

Entre sus fondos podemos ver varios de los modelos de marcas que han pasado a la historia y que casi son leyenda: Rolls-Royce, Bentley, Hispano-Suiza, Bugatti, Jaguar, … Y otros posiblemente no tan conocidos, pero que siguen levantando pasiones entre los coleccionistas y amantes de los automóviles, como por ejemplo el Auburn 851 de 1935 o el Morgan de 1939.   

La colección incluye también tres vehículos ya míticos que se crearon expresamente para batir récords de velocidad terrestre: Sunbeam (1927); Golden Arrow, que en 1929 marcó un récord de velocidad terrestre de 372 km/h.; y Bluebird (1960).

Un recorrido virtual por la historia del automóvil

En el sitio web del museo se puede realizar un interesante tour virtual del museo y sus colecciones con la aplicación Smartify. Se trata de una serie de audios e imágenes que explican distintos hitos de la historia automovilística: Golden Arrow – tour of the National Motor Museum. Los audios están en versión original y van acompañados de la transcripción, por lo que también resultan un recurso interesante para practicar inglés.

Para saber más sobre la historia del automóvil:

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